El sábado pasado me invitaron a una orgía pero pasé de apuntarme por exceso de nabos. Si hubiera sido tía o gay, la cosa seguramente habría acabado de forma distinta, pero para un hetero de veintitantos como yo, meterme en aquel fregao no pintaba bien. Ni estaba lo suficientemente drogado, ni tenía tanta vaselina en el bolsillo (no llevo nunca, de hecho).
Son las tres de la mañana del sábado pasado. Estoy llegando a casa. Llevo todo el día fuera porque quedé para comer y ya sabemos cómo es Madrid. Una cañas, una charla, una terracita, no te pires aún que hace buena tarde… y de pronto son las tres. De la mañana.
Pues eso. Que son las tres y estoy entrando en mi casa pensando en algo que pueda pelear en la nevera para matar el gusanillo cervecero. Me suena el móvil. Es mi colega Andy (Andy es un nombre ficticio que me he inventao, que luego el tío se rebota cuando cuento milongas en las que aparece él): “Alex, (ese tampoco es mi nombre) si vas a contar milongas en las que salgo yo cámbiame el nombre. Ponme Henry “Hank” Chinaski”, me dice. ¡Una mierda! Andy le va guay. Chinasky le va grande.
Mi colega Andy al teléfono: “Alex tío, tienes que venir. Estoy en una fiesta con mogollón de gente y se ha puesto todo el mundo a follar. Pásate ya”.
Uf, una orgía a las tres de la mañana y con el estómago vacío no me seduce mucho. Una orgía con perritos y chips ya sería otra historia. Pero sin unas papitas ni nada para picar, se me hace cuesta arriba. Mi colega insiste, y normalmente cuando se pone pesado hago dos cosas: colgarle sin despedirme, o dejarme seducir por su canto de sirenas. Hago lo segundo: una orgía, es una orgía, con ganchitos o a cara perro.
CÓMO TE IMAGINAS LA ORGÍA ANTES DE LLEGAR
Tiro para la dirección que me ha pasado. Está cerca. En quince minutos estoy llamando a la puerta. El portal estaba abierto; de hecho, el portal no tenía puerta. Mi colega Andy (¡te voy a llamar Andy te pongas como te pongas, socio!) abre la puerta con un porro gigantesco y una sonrisilla. Al fondo se adivina una masa de gente y mucho humo, pero ni rastro del festín carnal que me prometía mi colega. “Ey Alex, viniste”, saluda mi colega. “Aquí estoy, ¿qué es todo esto?”, le pregunto.
Mi amigo me explica que es un grupo de estudiantes de filosofía y literatura que han quedado esa tarde para charlar de la existencia, el ser humano, el alma, los poetas románticos y meterse unos tiros, pegarle un poco al EME y dejar que la cosa fluya. Todo muy normal. El EME y el existencialismo de siempre han pegado, eso es así.
Me invita a pasar y ponerme una copa. Es uno de esos pisos de estudiantes con más metros cuadrados que la sala Sol, habitaciones por todos lados, gente que sale y entra, pasillos tipo ‘El Resplandor’ y algunas tías con la cara de Carrie… desencajada. Todo el mundo está en bolas, o medio en bolas, o medio en tetas, aunque las escenas de acción están en los cuartitos. El salón se reserva para la charla y el debate. Que si Kant, que si Nietzsche que si la papelina… Como mucho alguna felación o un dedito. “Tranki Alex, no nos vamos a meter nada por la nariz ni por el culo. Yo me he quedao aquí un poco por las risas y el buen rollo. Se está guay, ¿no? Échate un ojo”.
Cojo una cerveza y me doy una vuelta.
Empujo la primera puerta: una tía a la que conozco de alguna tarde de birras y que se autoproclamaba lesbiana guerrillera tiene todos los orificios ocupados. No room for more, sorry. O te haces la cola, nunca mejor dicho, o te quedas a mirar. Paso.
Puerta número 2: un tío se masturba, otro tío se pajea y un tercero del mismo palo… ¿Y la tía? Ah sí, ahí de rodillas, mirando como extasiada; como miraba Madonna al santo negro de aquel vídeo en plan fiesta del Ku Klux Klan. Nada que rascar aquí tampoco.
Puerta 3 (y última, aunque hay más). De nuevo mucho mango para tan poca concha. Y en este cuartico además los tíos están socializando. Nada en contra, pero es demasiada vanguardia para mí.
CÓMO ES LA ORGÍA REALMENTE
Vuelvo sobre mis pasos con mi birra terminada. Acabo de descubrir que las orgías me dan sed. Localizo a mi colega que sigue en el salón entre la controversia y la contemplación. Una especie de Jordi Évole del voyeurismo. A él le va mirar, a mi es que me da igual. Así que me piro. Estoy peor que cuando llegué. Antes solo tenía hambre, ahora tengo hambre y sed.
De camino a casa entro en un Kebab y me pido un durum y una cerveza. El durum viene con papas y la birra con un dedo de espuma. La gloria. Suena el móvil. Mi colega Andy .“Alex tío, tienes que volver”. Le cuelgo.